Automatismos irrenunciables [VI]
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Modelo: Grúa TVSL4815162342 - Mayo 2015
Las grúas de autoconstrucción trabajaban veloces gracias al periódico y constante impulso de la energía solar. Allí donde se necesitaba de sus robotizados y milimétricos servicios para una reconstrucción ocasional a causa de algún pequeño desastre organizado por la naturaleza: huracanes, terremotos, inundaciones, incendios o corrimientos de tierras; así como otros clásicos desórdenes propiciados por la mano del hombre: explosiones de fábricas, bombardeos errados, escatimo en los materiales de construcción o venganzas selectivas; se desplazaban con una inmediatez rapaz y se afanaban con una diligencia germánica en la cirugía arquitectónica. Sin embargo, teóricamente condenadas a la ociosidad tras la autoextinción de los humanos, siguieron reparando y construyendo hasta cubrir la tierra (evaporados los océanos) por completo sin dejar un solo rodal indemne, extrayendo y procesando de una inabarcable red de túneles las materias necesarias para su empecinada vocación, rellenando cada hueco, como en una exquisita y perturbada deferencia —u homenaje— no demandada por los que fueron sus creadores y amos. Displicentes, no les quedó más remedio al fin que detenerse y camuflarse en el extenso cuadro de quietud y silencio que conformaba el mundo constructo, como a la espera de que el ser racional irrumpiera de nuevo en la tierra para deslavazarlo todo y darles así la oportunidad de volverse útiles otra vez, llevándoles al líquido y productivo bucle sin fin para el que fueron concebidas.
Texto originalmente «publicado» en Visiones Inefables (Vol I: Apneusis) tal que así: